miércoles, 27 de junio de 2012

Síndrome de la pierna inquieta (S.P.I.)

Yo jamás hubiera imaginado
que al dormir era afortunado,
hasta que, en la noche, apareció
su misteriosa y rara presencia;
con crueldad forzó mi desvelo,
y con inusitada violencia
proclamó "¡no eres mi dueño!";
inquieto, desperté, y cesó entonces.
Pero al volver de nuevo al sueño,
de golpe con más fuerza irrumpió
Desde entonces, no quiere marcharse,
como si su atroz propósito fuera
el de conseguir de sueño matarme;
mas, créanme, de nada mágico les hablo 
y es, en verdad, con mi pierna mi descalabro.
Parece estar poseída por el diablo;
se sacude, convulsiona, patalea
y por sus venas corre un río de burbujas
que como el mismísimo infierno quema.

¡Ay este insomnio que con el tiempo es mayor!
¿Por qué arrancas mi placer y siembras horror?

Temo que nunca de ti me pueda separar
y que al morir tu extraña figura espectral,
la que nunca descansa, venga a mi lecho,
irrumpiendo en mi tan merecido sueño, eterno


jueves, 1 de marzo de 2012

Susan, mi extraño amor

Señoras y señores, de todas las novias que he tenido la más peculiar ha sido, sin duda alguna, Susan.
Susan era -no se asusten- una muerta viviente. Pero no una zombi que se alimenta de carne humana ni nada de eso... no, ella era simplemente una muerta viviente que, si a caso, se alimentaba de amor.

Era un día triste de mayo cuando acudí al cementerio a dejarle un ramo a mi querido amigo Jaus, el pobre había fallecido recientemente atropellado por un trenecillo turístico secuestrado por unos terroristas. Algo apareció entonces de entre una blanca neblina. La blanda tierra empezó a agrietarse a unos cinco metros de mí, y de ella, como una flor que busca la superficie, comenzó a asomar su tierna cabecita. Era un rostro femenino, pálido y sutilmente demacrado, de labios morados, pero al mismo tiempo bello, como lo es una luna llena en su perigeo. Ella me miró. Y yo la miré. Y les juro por Dios que en ningún momento sentí el menor temor, ni siquiera tuve la tentación de frotarme los ojos o pellizcarme para comprobar que no se trataba de un sueño o una alucinación. Entonces, no me pregunten por qué, pero movido por una especie de extraño magnetismo fui hacia ella, me incliné movido por aquella fuerza de otro mundo y besé sus labios violáceos y ásperos. A partir de ahí comenzó nuestra relación, la cual, lógicamente, nunca fue fácil, ya que todo debía ser en secreto, pero eso era algo que, en lugar de entorpecer nuestro amor, lo engrandecía. Nos dábamos cita siempre en las noches, cuando la quietud reinaba. El vigilante del cementerio simplemente hacía la vista gorda gracias a mis sobornos. El muy enfermo cada noche me informaba de algún entierro reciente y yo le seguía la corriente. Casi era mejor que me tomara por un tarado que se acuesta con cadáveres, que por un loco que habla e incluso llega a enamorarse de ellos.
- Tse, oye chaval, al fondo, en la segunda, comenzando por la izquierda han enterrado hoy a una jovencita que no está nada mal… ¡Si te das prisa aun la pillarás calentita! Y no te olvides de dejarlo todo en el sitio como siempre, ¿eh? La pala ya sabes donde está- me decía.

Curiosamente, durante el tiempo que yo anduve por allí, no tuve constancia de que nadie fuese a visitar a Susan. Ni un mísero ramo adornaba su gélido epitafio. Y aquel cementerio silencioso y solitario, un lugar sombrío para la mayoría de mortales, parecía el escenario perfecto para los dos. Allí pasábamos largas horas conversando sobre poesía y de lo especiales que éramos el uno para el otro. Por si las moscas, solíamos ponernos en algún lugar desde el que no pudiéramos ser vistos. Muchas veces me daba por interrumpir el plácido transcurso de nuestra conversación movido por una duda que me paralizaba... Me intrigaba saber cuál era el motivo por el que había decidido venir del más allá. Cuando se lo preguntaba, ella siempre me respondía con un simple “algún día lo sabrás”. Entonces dejaba de insistir, y ella me observaba pensativo.

Me hubiera gustado mezclarla con mi mundo, sacarla conmigo de noche a cualquier parte. Pero nunca pudo ser. La verdad es que maquillada, lo justo para disimular sus leves magulladuras y su extrema palidez, y con ropas menos desgastadas, hubiera pasado desapercibida como una viva más, incluso hubiera llamado la atención por ser una muchacha joven y atractiva. De hecho, hay zombis mucho peores pululando por ahí, como las típicas ancianas y ancianos ricos con cientos de operaciones estéticas. Pero ella nunca quiso dejar aquel cementerio, al que solía llamar, con su acostumbrada dulzura al pronunciar cualquier palabra que saliera de sus marchitos labios, “su casa”, y me pedía que, simplemente, respetara su decisión. Y así lo hice. Siempre.

Mi amor por Susan era ese amor puro, tierno, ingenuo, como el primer amor de un niño. Sé que todo parece tan descabellado… Pero no pasaba día en que no sintiera esa fuerza sobrenatural que me empujaba a acudir como un loco a aquel cementerio para volver a encontrarme con ella.
Pero una noche triste de junio, cuando ya casi iba a amanecer y era la hora de partir a casa, un poco más tarde de lo acostumbrado, decidió que tenía que regresar para siempre al sueño eterno. Fue cuando enmudecí y sólo pude pronunciar aquello que ni siquiera se acerca a lo que en esos momentos hubiéramos querido decir
-¿Por qué Susan? ¿No dijiste que me querías? -atiné a pronunciar entre sollozos.
Ella entonces, mirándome fijamente, me contestó:
-Necesitas a alguien de tu mundo. Una chica de verdad. Y yo nunca seré esa chica.
Me quedé sin habla a causa del nudo que obstruía mi garganta, tan grande como el amor que sentía hacia ella. Acto seguido me sonrió mientras la miraba paralizado y, sin mediar palabra, se dejó engullir por la tierra, la misma que hacía unas semanas la había liberado de un sueño eterno. Lo último que dejó en la superficie fue su mano deslizándose poco a poco hacia las entrañas del mundo, aunque yo, paralizado sin saber por qué, no atiné a agarrar. Una vez desapareció por completo, pude sentir algo parecido al roce de su piel por última vez, acompañado de una lágrima deslizándose por mi mejilla que ya nadie secaría.

Desde entonces seguí acudiendo al cementerio con la esperanza de que Susan volvería de nuevo a la vida. Una noche y otra; y otra… Hasta gastar todos mis ahorros con el maldito vigilante. Incluso de día, con la excusa de pasar a dejarle flores a mi olvidado amigo Jaus, contemplaba su epitafio como el que espera una señal divina.

Han pasado más de diez años desde que aquello ocurrió. La recuerdo muchas veces, casi como un sueño, pero por más que lo intento no logro borrarla de mi mente. Ahora soy el único que acude a visitar a Susan.