viernes, 26 de octubre de 2018

Radio luciérnaga

Radio luciérnaga fue un programa mítico que escuchaba, hace tiempo, en la plataforma Ivoox. Pero no mítico por el reconocimiento que obtuvo, sino por el hecho de ser un programa de referencia, aunque solo sea para mí y unos pocos, a tenor de las escasísimas escuchas con las que contaba, muchas veces no superiores a la veintena. Su especialidad era el Power pop, uno de mis estilos preferidos. Sin embargo, a pesar de considerarme bastante entendido en la materia, mis conocimientos palidecían al lado del impresionante repertorio de Radio luciérnaga.

Las grabaciones tenían pinta de realizarse por la noche, a juzgar por el tono de voz del locutor; bajo, pegado al micrófono, quizá demasiado, con una voz cavernosa y nada seductora, casi siniestra. Además el propio nombre de la radio parecía una prueba fehaciente de ello. Se dirigía a una audiencia más bien imaginaria, a la que acudía regularmente, de forma fiel; digo más bien imaginaria porque jamás vi un solo comentario, y muchas veces las escuchas que aparecían eran tan reducidas, que daba la sensación de que sólo lo escuchaba algún colega, si es que tenía y esto lo digo porque daba la impresión de ser un completo solitario, quizá su pareja, y algún familiar, y por supuesto yo, que rara vez faltaba a mi cita con mi programa favorito.

Durante todo el tiempo que estuvo en antena me descubrió verdaderas joyas inencontrables, algunas las nombraba casi de carrerilla, con un inglés carente de pronunciación, antes de pincharlas del tirón. No se recreaba demasiado en el rol de locutor, así que muchas veces simplemente se limitaba a presentar y dejar que la música sonara. Tampoco parecía el típico tipo aficionado a este tipo de música,  ya que aparte de no saber pronunciar el inglés, solía usar expresiones que poco tienen que ver con la cultura, la suavidad y la sensibilidad que, en general, posee el aficionado medio a este tipo de música. Es como si otra persona pinchara aquellas canciones y se limitara a hacer de locutor. Curioso, cuando menos, que el pinchadiscos eligiera a alguien así como locutor; quién sabe, quizá el tipo fuese mudo o tuviera alguna afección en la voz, y su hermano, cuñado o colega hiciera las veces de presentador ante la imposibilidad de ejercer como tal.

Alguna vez, creo recordar, apareció una voz femenina promocionando el programa, tenía pinta de ser su mujer o su hermana, de unos cuarenta años. La voz tampoco era precisamente una voz radiofónica, además de que se escuchaba casi igual de fuerte que la música de fondo; está claro, tampoco la mesa de mezclas era la especialidad de Radio luciérnaga, la cual, por cierto, ni siquiera tenía sintonía. Pero ¿y la música? ¡Ah, eso ya era harina de otro costal! La música mantenía una regularidad extraordinaria, inalcanzable, casi imposible, costaba imaginar que pudiera mantenerla durante todos los programas, pero lo conseguía, ¡vaya si lo conseguía! Lo más alucinante era que no repetía ni una sola canción, se puede decir que rara vez repetía grupo, y todo esto pese a ser, muchas de ellas, joyas ocultas imposibles de encontrar, de las cuales, sobre todo en sus últimos programas, ya preso de la desgana absoluta de quien no recibe un solo comentario, no solía desvelar su título y/o autor; así que ahora no me queda otro remedio que recurrir a los podcast para seguir escuchando aquellas maravillas.

Pero como todo lo bueno se acaba, un día y sin previo aviso, Radio luciérnaga decidió echar el cierre. O eso creo, ya que quizá ni siquiera fuera premeditado, sencillamente había llegado ese momento en el que la falta de motivación le impedía perseverar. Setenta y ocho programas, exactamente esa era la cifra. Sin una despedida, ni una sola pista de que aquello había llegado a su fin. Sólo el sonido de Mad Lover de Los Monos, que ponía la guinda a tantos programas con tan buena música y tantos buenos momentos que formarán parte de mi vida, sirvió como colofón.

Nunca le dejé un comentario, quizá hubiera contribuido a que Radio luciérnaga aún existiera, o tal vez no, pero nunca me atreví, tanto por miedo a la soledad de la caja de comentarios, como a la oscura e inexplicable presencia de su locutor.

jueves, 18 de octubre de 2018

¿El fin de la parapsicología?

Me considero aficionado a lo que ahora llaman misterio, más conocido en otro tiempo como parapsicología, desde que era un adolescente. Fue gracias a algunas películas, revistas y libros que empecé a sentir curiosidad por este mundo. La guinda la puso Milenio 3, Internet,  y, posteriormente, Cuarto Milenio. Recuerdo que una de las cosas que más me aterraban eran las psicofonías, aquellas voces de procedencia desconocida que lanzaban mensajes tan escalofriantes que el sólo hecho de poner una grabadora y permanecer en silencio, se convertía en un acto de heroísmo.
Pero más tarde aquél pánico fue dando paso a la curiosidad, y después a la incredulidad absoluta. En lugar de aquel miedo ahora siento algo parecido a nostalgia mezclada con la búsqueda de estímulos y entretenimiento, pero claro, siempre desde esa perspectiva. Ahora, de ahí a tomarme esto en serio, como algunos/as pretenden, va un trecho.

No es de extrañar que en un pasado no tan lejano, teniendo en cuenta el contexto hay que recordar que se vendían tableros de la Ouija hasta en los supermercados y el hecho de que no hubieran tantos avances, mucha gente profesara la parapsicología como algo serio; pero está claro que, el que a día de hoy siga igual, tiene un problema. Y esto lo digo como alguien que hubiera querido encontrar durante todos estos años alguna mínima evidencia que pusiera de manifiesto lo sobrenatural, pero, lamentablemente, la mayoría de los casos, por no decir todos, han sido perfectamente demostrables, y muchas veces de una falta de rigurosidad que, más que otra cosa, invitan al descojone.  Estoy seguro de que, aunque lo llegue a negar, el propio Íker Jiménez, la figura actual más popular del mundillo, se lo planteará más de una vez, y es por eso que, de forma astuta, ha decidido centrar su programa en otras cosas, como una sección medio en broma con su mujer, alguna en plan retro, y/o lo que se cueza en Internet, y, sobre todo, bastante de ciencia y/o conspiración, con dos partes de la mesa en la que la escéptica se merienda al iluminado de turno, pese a la presencia protectora de Íker; una pena que decidiera prescindir de gente como el megalómano Santiago Vázquez, que al menos nos hacía reír con sus conceptos parapsicopseudocientíficos y su barba sacada de otro tiempo.

Un joven e imberbe Santiago Vázquez antes de invocar espíritus "en el nombre de Jesús".

Por supuesto nada de lo comentado anteriormente hace que haya dejado aún de acercarme a estos temas, ni que de vez en cuando me compre algún monográfico de la revista Más allá, pero como ya he comentado, me acerco a ella de una manera distinta.

En cuanto a la razón por la que me he decidido a escribir este artículo, la culpa la tiene un programa de radio sobre psicofonías que acabo de escuchar, gracias al cual, entre otras cosas, me he dado cuenta de que siempre que busco material psicofónico acabo escuchando las mismas parafonías de siempre y de los mismos de siempre; curioso, cuando no ya directamente sospechoso, que, pese a los medios que tenemos hoy día, no existan grabaciones de semejante calado, que aporten la misma "contundencia", o que, directamente, las hayan superado, más allá de interpretaciones surrealistas del crujir de una rama, el maullido de una gata en celo o algún crío vociferando a lo lejos.

Está claro, si la piedra angular de la parapsicología, al menos en nuestro país, con gente tan reputada y de supuesto prestigio como Germán de Argumosa o Sinesio Darnell, se resiente de tal forma, es que, claramente, esta disciplina está tocando fondo.

Y para acabar os dejo íntegro el programa que he citado. Me parece especialmente interesante la segunda parte, donde, de forma magistral, se deja en evidencia la que es considerada por muchos como la psicofonía más importante de todos los tiempos, la famosa "Psicofonía del infierno".

lunes, 15 de octubre de 2018

Autismo

(La imagen es propiedad del autor)